“Soy vecino del cerro desde hace 20 años. Vivo a unas pocas cuadras y salía a correr al cerro porque me gusta la naturaleza. Empecé a ver que estaba muy sucio, y se me ocurrió la idea de limpiar para que la gente viera limpio y así ensuciara menos”.
“Partí como hace un año, solamente recogiendo botellas de vidrio, de plástico y latas. Después de harto trabajo por meses, abarqué un sendero de aproximadamente un kilómetro y quedó limpio entre 5 a 10 metros a cada lado. Al visitarlo periódicamente pude corroborar que la gente al verlo limpio bota menos basura. Y esa era mi hipótesis”.
Al ver el trabajo de Fernando, deportistas y familias que visitan el cerro se entusiasman con lo que él hace. Muchas veces los niños empiezan a buscar botellas y lo ayudan. Aunque el aspecto más relevante, según su perspectiva, es que cuando las personas ven limpio el cerro, dejan de botar basura. Esa es la hipótesis central que ha podido medir y corroborar.
Al ver el trabajo de Fernando, deportistas y familias que visitan el cerro se entusiasman con lo que él hace. Muchas veces los niños empiezan a buscar botellas y lo ayudan. Aunque el aspecto más relevante, según su perspectiva, es que cuando las personas ven limpio el cerro, dejan de botar basura. Esa es la hipótesis central que ha podido medir y corroborar.
Como vecino y en sus periódicas visitas al cerro, identifica que la gente piensa que es peligroso en la tarde-noche. Pero una vez que lo suben, se dan cuenta de que es tranquilo, les gusta lo que ven y lo encuentran bonito, a pesar de la antigua percepción que tenían las personas, que lo encontraban sucio y hasta feo. En comparación, por ejemplo, con el cerro Santa Lucía.
“Mi idea es de aquí a 20 años reforestar y limpiar todo. Y que esté tan bonito que hagan un parque y se lo adjudiquen a una comunidad mapuche. En el sur funciona así. Se le entregan terrenos a comunidades mapuche para que los administren. Esa es mi meta”.
En paralelo a su labor de limpieza, Fernando está preocupado por quienes queman los árboles del cerro, porque en el pasado se encontraban especies grandes en la cima, entre medio de las rocas. Característica que para él era maravillosa pero que ya no existe.
“Veo que cada vez hay más gente que se está preocupando por el cerro. Cada vez se usa más. Pero la gente que le gusta el trekking no va a venir para acá. Se va a ir a otros parques, donde está limpio y van a pagar una entrada”.
Respecto a la posibilidad de unir fuerzas para proteger el cerro, Fernando piensa que se está llegando a un punto en que se va a lograr algo bueno con La Ballena. Hace un tiempo, se le ocurrió hacer una Limpiatón, en la que cada asistente, participa en una posta que cubre el cerro desde abajo hacia arriba. “Así se puede limpiar todo el cerro, y hacer en un día lo que he hecho en un año de trabajo”, afirma.
“Porque hay mucha gente que tiene ganas de hacer cosas, pero no hacen nada o se quejan de que el cerro sea un basural. La idea es darles una oportunidad para que hagan algo. A mí me interesa primero limpiar todo el cerro, para que la gente vea que el cerro está bonito”.
Prácticas
Cerro a escala de ciudad que se configura como un espacio compartido y común resultado de la potente apropiación colectiva que ahí se despliega. Escenario de acciones que defienden y reclaman el cerro como ícono de naturaleza y que se posicionan en resistencia a la urbanización de Puente Alto.
Cerro a escala metropolitana que presenta una variada co-existencia de usos, los cuales están determinados por el encuentro y la tensión con el espacio público y el privado, que marcan una presencia protagónica y dominante en el cerro.
Cerro a escala local en el que se observa la articulación de comunes en el espacio, producto de las distintas intervenciones y adecuaciones comunitarias que las vecinas han realizado para cuidarlo y protegerlo como espacio colectivo.